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lunes, 18 de septiembre de 2017

De las Decisiones

“Existe al menos un lugar en el universo
El Bautizo en la Casa de los Muertos.
Elio Montiel. Acrílico sobre cartón 450 gr.
100 x 40 cm. 2014

que con toda seguridad puedes mejorar.
Y eres Tú mismo.
Aldou Huxley (1891-1963)
Escritor Inglés








    “En esta oportunidad, quiero entender cuanto necesito cambiar las cosas” Fue la frase con la que comenzó su conversación un gran amigo.
Aun, puedo recordar esa tarde. Estaba desesperado y sentía que sus problemas eran el producto de su mala suerte, de que su familia no lo tomaba en cuenta, que sus profesores y Jefes habían sido todos unos mediocres, sus hijos parecían llevar el camino menos indicado y su esposa pregonaba una confusión que la hacía ver que ya no lo quería.
Recuerdo me fui al baño de la casa y busqué el espejo del tocador, le dije que se lo regalaba, que debido a que no esperaba su visita no había preparado ningún obsequio para Él. Eran los días en que se terminaba el año y aunque para mí, no revisten la importancia que otros suelen darle, Sí creo que nos recuerda que es un cierre de ciclo y como tal amerita que reflexionemos sobre que ha pasado con nuestras vidas durante ese año.
Sorprendido, mi amigo me dijo, soltando el espejo, que el no había ido por obsequios, sino para ser escuchado y comprendido. Le respondí que para eso era el espejo, para que se escuchara y comprendiera a sí mismo. También le dije, en un tono que podía ser como el del padre que nos brinda la bondad de sus consejos, que lo menos positivo en su vida, eran las decisiones que había tomado y sus efectos eran el reflejo ineludible de ellas. El espejo no le mentiría jamás, que consultara sus decisiones con el reflejo de su imagen y así se daría cuenta de la sabiduría que poseía en su interior y que a mi modo de ver eso jamás cambiaría.
Este año que termina te da la pauta, te cede el primer lugar de la carrera para que inicies cambios en tu vida. Mi amigo tomó el espejo nuevamente, me abrazó y se fue sin decir palabras.
Para estas fechas siempre recuerdo esa conversación y a ese amigo en especial, que según sé, se mudó a Canadá con su familia y tiene un próspero negocio, el cual atiende con su esposa y su hijo mayor. Siempre habrá un lugar para ti y en ti seguramente hay lugares que puedes cambiar. 

Píldoras para vivir conmigo mismo 

Por Elio Montiel

jueves, 14 de septiembre de 2017

Sobre lavadoras, Quipus y Humanidad


     Nada más agradable que poder compartir una conversación donde se entremezclan temas de las más variadas clases, las risas, las preocupaciones, el cariño, en fin, todo lo que hace que ese día particularmente te genere felicidad, alegría y confort.
Hablaba con un amigo residenciado en otro país, con el que compartía parte del día a día gracias a las nuevas tecnologías que te permiten dar ese salto enorme que te separa de las personas que amas y que de alguna manera compensan, las distancias, las ausencias y por qué no decirlo: la soledad con la que de alguna manera compartes tu cotidianidad.
En este sentido,  un detalle curioso y verdaderamente innovador me hizo reflexionar sobre la soledad, la comunicación y en la razón del por qué día a día, esa cálida humanidad que nos diferencia de “otros seres vivientes” se ha ido diluyendo en medio de toda la velocidad que ha adquirido lo que solemos llamar la vida diaria.
Me contaba mi querido amigo que hacía unos días se había descompuesto su
lavadora y sin posibilidades de reparación; por lo que tuvo que comprar una nueva lavadora, pensé para mis adentros, en la buena fortuna de mi amigo, que podía hacer ese cambio y paralelamente unas estrofas de un libro que leí hace muchos años atrás de Leo Felice Buscaglia. Un escritor que siempre he considerado una inspiración para mí.
Lo cierto es que entre una y otra implicación del tema, me narró que en la actualidad, mucha gente ya no compraba lavadoras porque existía un servicio de lavandería donde se iba y todo estaba automatizado, se podía dejar la ropa sin necesidad de que hubiese alguien a cargo ya que las máquinas trabajaban solas y la apertura y cierre del local se hacía automáticamente sin la intervención de ningún ser humano. “Chu, chu, chu, chu, chu, chu, chu, chu, chu” me decía y – a las diez de la noche el local se cierra bajando automáticamente sus puertas. Me dijo – “Son lugares solos y fíjate que ahora las personas de la tercera edad no se ocupan de las lavadoras porque están estos sitios donde la colada es totalmente automática. Vas a una máquina donde metes un billete y te da el cambio para que puedas operar la máquina donde eliges las opciones, colada, lavada, suavizante, en fin todo y chu, chu, chu, chu, chu, chu, chu, chu, se cierra sola a las diez de la noche.
Mi pesada capacidad de añorar, justificar e intentar actuar sobre la base de la importancia del contacto humano, me hizo alejar rápidamente, como por un agujero negro, a las riberas de un rio donde animosamente, las mujeres en su sempiterna doble jornada, lavaban en la piedra sus telas y ropas que brillaban a la luz del sol, las charlas y risas, los chismes, el comentario de la cotidianidad del pueblo, los amores y asuntos propios de la aldea. En fin, todo un retroceso antropológico y toda una reflexión acerca de las cosas valiosas que estamos perdiendo.
Con la misma velocidad, o por el mismo agujero negro, volví a la conversación “person to person” a través del “videófono” de los Supersónicos, sintiendo como me desmaterializaba en una suerte  de sentimiento de pérdida. Quizás no era yo quien se desmaterializaba sino, las tradiciones, la comunicación, el cálido contacto humano, esa fuerza que nos ha hecho crecer desde los petroglifos  el Quipus, los tambores y señales de humo, hasta el alfabeto, todas ellas formas de comunicación cargadas de la química humana, del sentido humano sin distinción del mensaje, de ese querer trasladar al otro la palabra, el afecto y el sentido de reconocimiento y retribución del contacto.
Pensé “Tienes que rencontrarte con lo que más te gusta de ti y no abandonarte” y casi al mismo tiempo de mis labios salió la misma frase pero con distinta persona…
“Tenemos que rencontrarnos con lo que más nos gusta de nosotros y no abandonarnos.”

Que descansen…

Elio Montiel

domingo, 10 de septiembre de 2017

La Fabrica de Gepetto


A los niños de ahora no les gustan los cuentos de Hadas. Pareciera que algunos padres y aunque no tengo la fortuna de serlo, prefieren contar pequeñas historias terapéuticas y pedagógicas, desdeñando la relación fantástica que puede establecerse en ese triángulo emocional entre, el cuento, el hijo y el padre. Como decía, no soy padre, o al menos, no biológicamente, pero si existen quienes de una u otra manera ocupan ese gran espacio en mi corazón; hijos de la vida por así decirlo, dolores de cabeza y preocupaciones que identifican afectivamente esa relación.
Hace tiempo que no leo cuentos… le respondía a uno de mis “niños”. El tiempo muchas veces nos limita y aunque queremos hacerlo, optamos por dejar de lado esa actividad de compartir con nuestros muchachos, esas anécdotas fantásticas gestadas en la mente de un sabio… para mi quienes escriben cuentos, son sabios. Miran la vida a través de un cristal hermoso y hasta más pulido que el de muchos. Un cristal que les permite reflejar sabiduría y consejo, experiencia y lecciones de vida.
Gepetto por ejemplo, deseaba denodadamente tener un hijo, por lo que se concentró en construir una bonita marioneta de madera a la que llamó Pinocho ¿Recuerdan? Su deseo más preciado era que éste, Pinocho,  se convirtiera en un niño de verdad. Se imaginarán cuán grande era su deseo que el Hada Azul se lo concedió, pero como nada es fácil, incluso en los cuentos, Pinocho podría ser un niño de verdad solo demostrando generosidad, obediencia y sinceridad.
¿Qué padre no desea esas fortalezas en sus hijos? Lo cierto es que el caos que proporciona la cotidianidad de un mundo cada vez más lleno de convicciones violentas, desprecio por la vida e irracionales actitudes ante el sufrimiento de otros, ¡tanto! que indudablemente se hace pesado y desmedido el desgaste de energía vital, haciendo que  el cuento de la vida se vuelva entonces una historia de frustraciones, diatribas y quejas insoportable.  Sí, ¡para con nosotros mismos!
El inicio de nuestro relato personal debe nacer de la absoluta convicción en que somos seres humanos y así como en los campos de trigo se cosecha el trigo y en los naranjales, naranjas; debemos entender que de nuestra condición, atropellada por el influjo permanente de la cotidianidad acelerada y la  ausencia de valores en el campo feraz de esa condición excelsa que es la humanidad, debe hacerse de la semilla, la urgente cosecha de la única razón para la que existimos y es la de cosechar humanismo. No el humanismo docto, cargado de conceptos y teorías que más bien se han prestado a dar peso a la balanza del corporativismo, la manipulación, la robotización de la vida de los individuos, la industrialización del pensamiento en un régimen conveniente y acomodaticio a intereses egoístas que hemos urgido en llamar de izquierda de centro o de derecha, para contrarrestar las opiniones de izquierda de centro o de derecha.  El verdadero humanismo o positivo, no apoya otra idea que la del bienestar humano, del ecosistema grande y abarcador que es y donde el libre albedrio es real y no un término que se acuña para explicar lo irresoluto que resultan fuerzas externas establecidas como control de la libertad de hacer, crear, pensar, accionar la vida sin temor para simplificar lo que nosotros mismo hemos complicado.
Así nació Pinocho, como el producto del humanismo, de la libertad de ser y los deseos de Gepetto por compartir aquello que sólo el ser humano puede compartir y no es otra cosa que su propia humanidad con todos los obsequios que esta trae.
Dejemos atrás a los otros personajes que se presentan simple y absurdamente como las pruebas a superar por Pinocho, poderes disfrazados de verdad, honestidad y luz, justificados sólo por su ambición, impericia, hipocresía y falsedad generadores de caos y confusión, ¡ah! Y no hay que olvidar la peculiaridad de la nariz de Pinocho, nuestro protagonista, que ponía al descubierto sus debilidades y dificultaba el desarrollo de su propia humanidad, premio y castigo en una sola vuelta que parecía satisfacer a sus supuestos benefactores.
La fábrica de Gepetto es la matriz, lo que lo convierte a él, en el padre dador y humano que desea sembrar la humanidad en su pequeño Pinocho. Debemos repensar como queremos sembrar el humanismo en nuestras vidas. Eso nos dará también la claridad de los caminos a seguir y las acciones que harán de nuestra sociedad una mejor sociedad.
A dormir Pinocho…
Que descansen


Elio Montiel