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martes, 19 de diciembre de 2017

Sacando cuentas…


Estuve hablando con un amigo al que encontré muy ocupado en sus tareas. Me explicaba que ya era el cierre de año para la empresa en la que trabajaba y aquello le producía una gran cantidad de trabajo que lo mantenía prácticamente pegado a la silla de su escritorio. Le miraba mientras ordenaba y ordenaba papeles, los registraba en su computadora, archivaba y una vez más, ordenar, registrar, archivar. Se volteó hacia mí y sonrió tímidamente, al tiempo que me preguntaba - ¿Qué ves? Le sonreí y dije: Un montón de deseos dormidos, esperanza, sueños, ganas de dormir, también veo los ojos de tus hijos y de tu mujer que también se distrae sacando cuentas…
Todos cumplimos un ciclo cada año, quizás por eso tenemos tan arraigado el concepto de “final” y de “reiniciar” mucho más que el de continuar; contamos las calorías, la cantidad de amigos en la red social, la estadística pareciera ser más importante que nuestras propias vidas. Igual nos pasa los fines de semana. Contamos las horas que nos quedan, las cosas que debemos hacer, las piezas que debemos lavar, la comida que debemos hacer. También los años que nos faltan para el retiro, las cuotas del seguro social, los días que faltan para nuestras vacaciones, y en las vacaciones, los días que nos quedan para volver a trabajar y así también contamos los cambios de carro, o lo que nos falta para comprarlo, si aquél tiene más o tiene menos, las vueltas que dimos, para seguir contando las veces que tuvimos que hacerlo, la primera y la última… “¡las veces que te lo he dicho!… las veces que hemos dicho que “no lo volveré a hacer”. Si tuviéramos que hacer un collar de cuentas, nuestro planeta no se daría a basto para soportar collares tan largos.
Sin embargo, no contamos las personas que dejamos de visitar, los besos y abrazos que nos faltó dar
al amigo o amiga, al hermano o hermana, e incluso a aquel que nos sorprendió asistiendo a celebrar el cumpleaños que contábamos ya mayorcitos, las sonrisas… los éxitos, la gran victoria de levantarnos cada día para asistir a nuestra cita con la vida. ¡No!... sólo nos levantamos para ir al trabajo, ¡no hay nada victorioso en eso! No contamos tampoco la gente que nos contacta durante el día, ni las veces que nos dicen ¡Buenos días! Si contáramos la frecuencia con la que la gente dice ¡Buenos días! nos daríamos cuenta de que hemos perdido grandes cosas, cada vez son menos los saludos, los afectos y el deseo de compartir el silencio, el amor, la gracia infinita de saber que hay gente a nuestro alrededor llena de cosas para dar.
Quiero contar ahora los días que faltan para que termine este año, lleno de grandes satisfacciones y sueños realizados, de decisiones, de derrotas y victorias, pero quiero contarlos viendo a través de los ojos de todos esos grandes seres que han pasado por mi vida, dejando una huella imborrable de afecto, hermandad, comprensión, lealtad, paciencia, tolerancia, agradecimiento, belleza, alegría, esperanza. A todos aquellos que en algún momento leyeron también en mis ojos, que a pesar de las distancias, también me han contado en sus vidas…
A todos Ustedes, en estos días donde la sensibilidad sale a pregonar sus aires de esperanza y unión, quiero decirles que los cuento en mi corazón.
¡¡¡¡Felices Fiestas!!!!!

sábado, 9 de diciembre de 2017

Cuando el Yo es el punto de partida…

 “…el punto de equilibrio cambia en cada proyecto,
pero sí tengo claro que incluso en las poéticas del yo
la primera persona tiene que ser un punto de partida, no de llegada.”
Mario Vargas Llosa[i]

En mi diaria revisión de lecturas me encontré con un extraordinario artículo en la versión en idioma español del “The New York Times”, escrito por Jorge Carrión, reconocido Periodista, Escritor y Profesor de amplia trayectoria. En este artículo habla sobre el afamado escritor Emmanuel Carrère y hace un análisis muy conciso de la transición de este escritor francés a lo largo de su carrera como escritor de ficción y luego como novelista de profunda y sincera reflexión.
Desde luego que no es mi intención hacer una evaluación crítica del artículo, sino más bien tomar de él una frase que inspira recurrentemente mi idea de la importancia de fortalecer nuestras aptitudes y sincerar nuestras acciones sobre la base de una “preparación” personal para consolidar nuestros propósitos, nuestra visión de la vida y nuestros deseos por contribuir verdaderamente en nuestro entorno.
Como en otras oportunidades he dicho, creo que nuestras debilidades no son otra cosa que fortalezas en proceso de mejora, y solamente puedo reconocer al otro cuando me reconozco a mí mismo. Por principios siempre me ha gustado colaborar con otros dentro de mis posibilidades, sin embargo, eso no determina, ni mi fortaleza con respecto a los demás, ni una condición especial pre existente. A lo que me refiero, es a que nuestras actitudes se forjan en el constante uso de los valores que acobijamos durante toda la vida; empezando desde niños, donde los hábitos que se siembran en esa etapa persisten hasta la vida adulta y se fortalecen como ejes principales de la conformación de una sociedad útil y progresista y no limitada a apetencias individuales, que por lo general terminan destruyendo los vínculos transpersonales y los valores importantes con los que tan sólo se beneficia una actitud acomodaticia o “confort” y de total desprendimiento a los ideales humanos que buscan el bienestar general en la medida en la que todos lo necesitamos.
A mi manera de ver, todo cambio o transformación no se inicia en forma colectiva, siempre se inicia
cuando el ‘yo’ se convierte en el medio para llegar al otro. En otras palabras, Yo debo hacerme responsable de mis acciones y de la elaboración de mi propio ‘proyecto de persona’ ése, que debo o que deseo ser. Sólo así podré encarar el proyecto colectivo que construye las sociedades de progreso.

A cada paso que damos como civilización, entendiéndose el término como sinónimo de progreso, son más los puntos en contra que a favor, para la construcción de mejores condiciones colectivas, sin querer tratar el término colectivo de manera engañosa y bajo preceptos que hasta ahora le han dado un significado más diferenciador que unificador.
En la actualidad parece ser más importante resaltar cada colectivo por sus diferencias que por sus aspectos unificadores (se pueden citar muchos ejemplos); si a eso sumamos las diferencias individuales; es  de necios no reconocer que cada vez nos distanciamos más de objetivos comunes que pongan de manifiesto la naturaleza humana más engrandecedora, dotada de valores y propósitos (que cada vez parecen perderse más en la sociedad occidental) que eviten el declive, la caída de todo aquello que hemos tomado por bueno. Cabe allí la idea de construir en nosotros mismos, fortalecer nuestras más insospechadas cualidades para dar un paso aun más grande y que tiene que ver con la composición de una mejor sociedad. No podemos aupar la idea de que por ser seres humanos no somos perfectos, ese es el meollo del problema: ¡somos tan perfectos que hasta nos equivocamos!

Nuestra mejor herramienta es la capacidad que tenemos de poder rehacer el camino, corregir los errores y revitalizar lo que la evolución a puesto en nuestras manos y tiene que ver con la capacidad, la habilidad de recrear todo a partir de un mismo principio, reidentificarlo, regenerarlo y una vez más iniciar todo de nuevo. No nacemos para resistir estoicamente las circunstancias, nacemos para cambiarlas, lo que implica una profunda necesidad de cambiar nosotros y darles el revés necesario. De esa única manera estaremos preparados para apoyar al otro y ser sustento, columnas y puentes de un mundo mejor donde impere el deseo sincero por la felicidad de cada ser humano.

Que descansen…

Elio Montiel
Para Píldoras para vivir conmigo mismo.

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[i] "The New York Times" Emmanuel Carrère y el maldito punto de vista. Por JORGE CARRIÓN 3 de diciembre de 2017


domingo, 3 de diciembre de 2017

De lo que pensamos, los símbolos y las águilas en las banderas…


Es impactante la cantidad de símbolos, en especial animales, que decoran las banderas de los países en el mundo. De alguna manera, creo que son ideario y sustento de los valores que distinguen a cada país, así como sus contradicciones. Encontramos cruces en las banderas de países cuyas religiones oficiales son protestante, o luteranas que mas que representar a la religión representan sus diferencias o como me narraba una amiga sobre la Bandera de Japón, (ella, Japonesa) que la Bandera de Japón fue una forma de copiar lo que en un momento histórico portaban países que llegaron a las costas niponas, la historia cuenta que el símbolo del sol ha sido asociado a Japón desde el siglo VII sin embargo son muchas las historias y supuestos alrededor de su nacimiento, su aparición también justificaba de hecho  la divinidad del Emperador, pero que en sí (a decir de mi amiga) no guardaba una relación con lo que usualmente representan las banderas para otros países. Impactan aquellas que por la fiereza de los animales plasmados en ellas indican una tendencia al dominio y a la magnificación de una supremacía que habría que analizar desde lo que debería sustentar el simbolismo… su gente

Años atrás, en mi época de estudiante, tuve un gran profesor, creo que todos en algún momento nos tropezamos con uno (yo no escatimé, tuve varios). En uno de mis tantos encuentros en los pasillos, lo encontré hablando con otros estudiantes sobre las Águilas. Decía: Ustedes deben ser cómo las águilas, mirar todo desde arriba para así tener una perspectiva más amplia y global de las situaciones. Sólo triunfa el que se eleva por encima de los demás. Con esta premisa en mi corazón viví muchos años…
Aunque hoy considero que mi Profesor no estaba equivocado, si pienso que había un error de enfoque en cuanto a cómo percibí el planteamiento de  Romero, (así se llamaba mi Profesor) en aquel momento. Eran mediados de los ochentas más o menos, década  de grandes cambios: la caída del muro de Berlín, el desarrollo de tendencias musicales nunca vistas, Perestroika, SIDA, Chernóbil, guerras, masacres y atentados; Tiananmen, la amenaza de una guerra nuclear, en fin una serie de acontecimientos que definitivamente derivaron en muchos otros cambios que hoy en día  mantienen permanentemente atentos a todos los seres humanos.

Como era de esperarse el rigor colectivo, también comenzó a perderse, nos fuimos volviendo una sociedad cada vez más centrada en la individualidad, aislados, y donde lo colectivo eran cosas de perdedores, ilusos, soñadores o hippies rezagados. “Hoy tenemos una ideología del individualismo que simplemente alienta a la gente a potenciar al máximo los intereses personales”[1] (Peter Singer citando a Robert Bellah). Maravillosos intentos de Paz parecían convertirse en detonantes de más guerras, intolerancia, fabricación de armas y de escenarios complotados para probarlas. Comunidades enteras y ancestrales se dieron a la tarea de denunciar los atropellos contra nuestro hogar, el medio ambiente, esta peña flotante en el mar universal donde habitamos todos y que en la actualidad parece abandonar la lista de prioridades de una mal llamada humanidad.

Siempre digo que el ser humano está en esta tierra para producir una sola cosa: Humanismo, sin embargo, el hábito de creernos el centro del universo nos hace olvidar que no somos el universo sino parte de él. Y así también hemos olvidado que formamos parte de un conjunto de seres vivientes sin distinción de piel, manto o plumaje y que inútilmente los hacemos representantes de valores que no respetamos y de los cuales al parecer no queremos ser custodios. Lástima de quienes se concentran física y mentalmente en ver sólo desde sus implícitas necesidades desde lo micro, ignorando el macrocosmos al que pertenece.

La crisis existente en una gran mayoría de países ha impulsado a nuevos idealistas, a convocar esfuerzos con los que, sin confundirse en la bandeja de los idearios políticos, se logre exaltar los valores humanos, los valores de una sociedad capaz de resolver la intolerancia, la pobreza, el conflicto sobre si la individualidad es el muro que nos separa o la maravilla de ser diferentes; así como otros grandes problemas que aquejan a la humanidad y que guardan una profunda relación con un tópico que siempre nos acosa como seres humanos, y es la ignorancia de saber tener o saber ser. Ambos nos conducen por caminos diametralmente opuestos, pero sólo uno nos permite contribuir a la construcción de nuevos paradigmas, que no por tales, impidan ver con claridad la ruta que como civilización, como sociedad, como especie, garantice la creación de nuevos individuos que a su vez asuman responsablemente la continuidad de la Humanidad.

Entonces así, es como lo entiendo ahora mi querido Romerito, y de esa forma sí podremos surcar los aires como águilas valientes y poder contemplar como un todo esta hermosa tierra que compartimos.

Que descansen...

Elio Montiel








[1] Singer, Peter. Ética para vivir mejor. Ariel, Barcelona. Pág. 47