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domingo, 10 de septiembre de 2017

La Fabrica de Gepetto


A los niños de ahora no les gustan los cuentos de Hadas. Pareciera que algunos padres y aunque no tengo la fortuna de serlo, prefieren contar pequeñas historias terapéuticas y pedagógicas, desdeñando la relación fantástica que puede establecerse en ese triángulo emocional entre, el cuento, el hijo y el padre. Como decía, no soy padre, o al menos, no biológicamente, pero si existen quienes de una u otra manera ocupan ese gran espacio en mi corazón; hijos de la vida por así decirlo, dolores de cabeza y preocupaciones que identifican afectivamente esa relación.
Hace tiempo que no leo cuentos… le respondía a uno de mis “niños”. El tiempo muchas veces nos limita y aunque queremos hacerlo, optamos por dejar de lado esa actividad de compartir con nuestros muchachos, esas anécdotas fantásticas gestadas en la mente de un sabio… para mi quienes escriben cuentos, son sabios. Miran la vida a través de un cristal hermoso y hasta más pulido que el de muchos. Un cristal que les permite reflejar sabiduría y consejo, experiencia y lecciones de vida.
Gepetto por ejemplo, deseaba denodadamente tener un hijo, por lo que se concentró en construir una bonita marioneta de madera a la que llamó Pinocho ¿Recuerdan? Su deseo más preciado era que éste, Pinocho,  se convirtiera en un niño de verdad. Se imaginarán cuán grande era su deseo que el Hada Azul se lo concedió, pero como nada es fácil, incluso en los cuentos, Pinocho podría ser un niño de verdad solo demostrando generosidad, obediencia y sinceridad.
¿Qué padre no desea esas fortalezas en sus hijos? Lo cierto es que el caos que proporciona la cotidianidad de un mundo cada vez más lleno de convicciones violentas, desprecio por la vida e irracionales actitudes ante el sufrimiento de otros, ¡tanto! que indudablemente se hace pesado y desmedido el desgaste de energía vital, haciendo que  el cuento de la vida se vuelva entonces una historia de frustraciones, diatribas y quejas insoportable.  Sí, ¡para con nosotros mismos!
El inicio de nuestro relato personal debe nacer de la absoluta convicción en que somos seres humanos y así como en los campos de trigo se cosecha el trigo y en los naranjales, naranjas; debemos entender que de nuestra condición, atropellada por el influjo permanente de la cotidianidad acelerada y la  ausencia de valores en el campo feraz de esa condición excelsa que es la humanidad, debe hacerse de la semilla, la urgente cosecha de la única razón para la que existimos y es la de cosechar humanismo. No el humanismo docto, cargado de conceptos y teorías que más bien se han prestado a dar peso a la balanza del corporativismo, la manipulación, la robotización de la vida de los individuos, la industrialización del pensamiento en un régimen conveniente y acomodaticio a intereses egoístas que hemos urgido en llamar de izquierda de centro o de derecha, para contrarrestar las opiniones de izquierda de centro o de derecha.  El verdadero humanismo o positivo, no apoya otra idea que la del bienestar humano, del ecosistema grande y abarcador que es y donde el libre albedrio es real y no un término que se acuña para explicar lo irresoluto que resultan fuerzas externas establecidas como control de la libertad de hacer, crear, pensar, accionar la vida sin temor para simplificar lo que nosotros mismo hemos complicado.
Así nació Pinocho, como el producto del humanismo, de la libertad de ser y los deseos de Gepetto por compartir aquello que sólo el ser humano puede compartir y no es otra cosa que su propia humanidad con todos los obsequios que esta trae.
Dejemos atrás a los otros personajes que se presentan simple y absurdamente como las pruebas a superar por Pinocho, poderes disfrazados de verdad, honestidad y luz, justificados sólo por su ambición, impericia, hipocresía y falsedad generadores de caos y confusión, ¡ah! Y no hay que olvidar la peculiaridad de la nariz de Pinocho, nuestro protagonista, que ponía al descubierto sus debilidades y dificultaba el desarrollo de su propia humanidad, premio y castigo en una sola vuelta que parecía satisfacer a sus supuestos benefactores.
La fábrica de Gepetto es la matriz, lo que lo convierte a él, en el padre dador y humano que desea sembrar la humanidad en su pequeño Pinocho. Debemos repensar como queremos sembrar el humanismo en nuestras vidas. Eso nos dará también la claridad de los caminos a seguir y las acciones que harán de nuestra sociedad una mejor sociedad.
A dormir Pinocho…
Que descansen


Elio Montiel

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