A los niños de ahora no les
gustan los cuentos de Hadas. Pareciera que algunos padres y aunque no tengo la
fortuna de serlo, prefieren contar pequeñas historias terapéuticas y
pedagógicas, desdeñando la relación fantástica que puede establecerse en ese
triángulo emocional entre, el cuento, el hijo y el padre. Como decía, no soy
padre, o al menos, no biológicamente, pero si existen quienes de una u otra
manera ocupan ese gran espacio en mi corazón; hijos de la vida por así decirlo,
dolores de cabeza y preocupaciones que identifican afectivamente esa relación.
Hace tiempo que no leo cuentos… le
respondía a uno de mis “niños”. El tiempo muchas veces nos limita y aunque
queremos hacerlo, optamos por dejar de lado esa actividad de compartir con
nuestros muchachos, esas anécdotas fantásticas gestadas en la mente de un sabio…
para mi quienes escriben cuentos, son sabios. Miran la vida a través de un
cristal hermoso y hasta más pulido que el de muchos. Un cristal que les permite
reflejar sabiduría y consejo, experiencia y lecciones de vida.
Gepetto por ejemplo, deseaba
denodadamente tener un hijo, por lo que se concentró en construir una bonita
marioneta de madera a la que llamó Pinocho ¿Recuerdan? Su deseo más preciado
era que éste, Pinocho, se convirtiera en
un niño de verdad. Se imaginarán cuán grande era su deseo que el Hada Azul se
lo concedió, pero como nada es fácil, incluso en los cuentos, Pinocho podría
ser un niño de verdad solo demostrando generosidad, obediencia y sinceridad.
¿Qué padre no desea esas
fortalezas en sus hijos? Lo cierto es que el caos que proporciona la
cotidianidad de un mundo cada vez más lleno de convicciones violentas,
desprecio por la vida e irracionales actitudes ante el sufrimiento de otros, ¡tanto!
que indudablemente se hace pesado y desmedido el desgaste de energía vital, haciendo
que el cuento de la vida se vuelva
entonces una historia de frustraciones, diatribas y quejas insoportable. Sí, ¡para con nosotros mismos!
El inicio de nuestro relato
personal debe nacer de la absoluta convicción en que somos seres humanos y así
como en los campos de trigo se cosecha el trigo y en los naranjales, naranjas;
debemos entender que de nuestra condición, atropellada por el influjo
permanente de la cotidianidad acelerada y la ausencia de valores en el campo feraz de esa
condición excelsa que es la humanidad, debe hacerse de la semilla, la urgente
cosecha de la única razón para la que existimos y es la de cosechar humanismo. No
el humanismo docto, cargado de conceptos y teorías que más bien se han prestado
a dar peso a la balanza del corporativismo, la manipulación, la robotización de
la vida de los individuos, la industrialización del pensamiento en un régimen conveniente
y acomodaticio a intereses egoístas que hemos urgido en llamar de izquierda de
centro o de derecha, para contrarrestar las opiniones de izquierda de centro o
de derecha. El verdadero humanismo o
positivo, no apoya otra idea que la del bienestar humano, del ecosistema grande
y abarcador que es y donde el libre albedrio es real y no un término que se
acuña para explicar lo irresoluto que resultan fuerzas externas establecidas
como control de la libertad de hacer, crear, pensar, accionar la vida sin temor
para simplificar lo que nosotros mismo hemos complicado.
Así nació Pinocho, como el
producto del humanismo, de la libertad de ser y los deseos de Gepetto por
compartir aquello que sólo el ser humano puede compartir y no es otra cosa que
su propia humanidad con todos los obsequios que esta trae.
Dejemos atrás a los otros
personajes que se presentan simple y absurdamente como las pruebas a superar
por Pinocho, poderes disfrazados de verdad, honestidad y luz, justificados sólo
por su ambición, impericia, hipocresía y falsedad generadores de caos y
confusión, ¡ah! Y no hay que olvidar la peculiaridad de la nariz de Pinocho,
nuestro protagonista, que ponía al descubierto sus debilidades y dificultaba el
desarrollo de su propia humanidad, premio y castigo en una sola vuelta que
parecía satisfacer a sus supuestos benefactores.
La fábrica de Gepetto es la
matriz, lo que lo convierte a él, en el padre dador y humano que desea sembrar
la humanidad en su pequeño Pinocho. Debemos repensar como queremos sembrar el
humanismo en nuestras vidas. Eso nos dará también la claridad de los caminos a
seguir y las acciones que harán de nuestra sociedad una mejor sociedad.
A dormir Pinocho…
Que descansen
Elio Montiel
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