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Cuento de un globo. Emon. 2020. |
Tocaron a mi puerta repetidas veces y pensé que algún vecino se venía a quejar por el volumen de la música que escuchaba. Pensé. Pero si no está tan alto. En fin, bajé el volumen de mi viejo equipo de CD y fui a responder al llamado de la puerta.
Frente
a mí se encontraba mi sonriente vecino del piso bajo, hombre entrado en años, de
quien escuché como si fuera en un confesionario; su inusitada sorpresa de ver
que era una persona joven quien escuchaba tan hermosa música. Un poco
sorprendido de su sorpresa, me sorprendí invitándole a pasar a compartir un té.
Me pareció conveniente ya que en ese momento no me cuadraba un café con la
música que inundaba mi pequeño, pero acogedor y desordenado espacio.
¡Acogedor
su espacio! Exclamó. Como si hubiese estado leyendo mis pensamientos. Mi esposa
tiene todo tan ordenado en casa que a veces pienso que vivo en una vitrina,
aunque creo, que mejor es así; de esa forma ya no me perderé. Sonrió bajo sus
gafas con la mirada puesta en mi y dijo ¡Anda! ¿Y qué pasó con ese Té? Sonreí
ante su graciosa confianza y fingí salir corriendo a calentar el agua.
Se
sentó en mi sofá, apartando con desenfado los libros y papeles que se
encontraban en él y me dijo como quien cuenta un secreto. Es que soy un poco
sordo ¿Sabe? Y mejor me pongo cerca para escucharle. Inmediatamente mi ahora
nuevo amigo preguntó. A ver, ¿Cómo se llama esa pieza tan hermosa que escuchaba
hace unos momentos? Le sonreí mientras observaba su expresión curiosa por lo
que de repente me pareció una versión “vintage” de mi querido Momo.
Le
dije “17 momentos de primavera” mientras colocaba el agua hirviendo en la
tetera con filtro que me había regalado mi amigo José Francisco.
¡Hermosa!
Dijo. Apagando la voz.
Es
de un compositor ruso, Mikael Tariverdiev Dije.
¡Ruso!
Dijo un poco apagado. Muy buenos los músicos rusos sentenció…
¡Excelentes!
Asentí. En particular esa pieza me llega profundamente le dije con tono
reflexivo. Amo las notas nostálgicas y ligeras que posee.
Le
serví el Té y me agradó ver su sonrisa, creo que lo estaba disfrutando. Sostuvo
por un momento la taza y luego me dijo. ¿Podría escucharla nuevamente? Yo
asentí diciendo, será un placer, ¡moría porque me lo pidiera! Le dije mientras
le servía una galleta que había sacado de la alacena.
Durante
casi 5 minutos que duraba la pieza, permaneció en silencio con los ojos
cerrados. Sentí una profunda sensación de amor por este personaje con el que no
había tenido mas que el contacto de un casual buenos días por las mañanas. Al
final como si aun la música siguiera sonando dentro él me dijo. “La música es
la voz del Universo y es infinita”. Al abrir sus ojos me pareció verlos un poco
enrojecidos como cuando se contienen las lágrimas. Sus palabras lo mismo que la
música de Tariverdiev calaron en mi haciendo que unas lágrimas salieran
inadvertidamente. Debo reconocer que me sentí profundamente emocionado con su
presencia y sentí también que mi día estaba completo.
Llamaron
nuevamente a la puerta. Era la nieta de mi visitante que al darse cuenta de que
su abuelo estaba conmigo exclamó. ¡Abuelo! ¡He estado buscándote por todas
partes! Un poco atravesado en el camino de la chica, le dije que lo había
invitado a tomar el Té y a escuchar música. ¡Es que se pone muy pesado! Respondió
con fastidio la chica. Mi anciano amigo se levantó calladamente y me pidió
disculpas por las molestias. Yo le dije, que de ninguna manera habían sido molestias
y que coincidía con él en cuanto a que la música era la voz del universo a lo
que agregué:
Si
cambia su voz, cambia el alma, cambian también sus verdades… Su voz es y será
siempre el manantial donde navegan sus emociones y deseos, sólo debe elegir la nave
en la que quiera viajar.
Mi
nuevo amigo me abrazó y se despidió siguiendo con calma los ágiles pasos de su
nieta.
Cerré
la puerta, volví al sofá y repetí una vez más 17 momentos de primavera para
acompañar a mi amigo en el camino hasta su casa.
Elio
Montiel
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