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Amante de luna. Elio Montiel. Foto intervención digital. Varios tamaños. 2018 |
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Amante de luna. Elio Montiel. Foto intervención digital. Varios tamaños. 2018 |
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Libertad. Elio Montiel. Ensamblaje.Materiales varios de reciclaje. 37 x 57cm. 2018 |
Reí.
Sabía muy bien en mi interior que no podía ser otro que mi amigo Momo.
Al
abrir la puerta, pasó directo a la sala y se apoltronó como de costumbre.
Llevaba consigo un bolso deportivo y una bolsa plástica que contenía unos
zapatos. ¡Me acaban echar de casa! Dijo sin mucho preámbulo. Pensé que
seguramente había hecho otra de sus impertinencias. ¿Y tú que hiciste? Pregunté,
esperando una medianamente entendible explicación. ¡Me fui! Respondió subiendo
los hombros. A lo que me refiero es: ¿Qué hiciste para que te echaran de la
casa? Repregunté, entendiendo que no lo había hecho bien antes, con Momo hay
que ser muy específico. Bajó la cabeza y dijo. Mataron dos pollos para la cena.
¿Y por eso te fuiste? ¡Eran mis pollos! Pero Momo, si eso es la
cosa más natural. Respondí sin salir de
una especie de sorpresa burlona. ¡Pero estaban vivos! Respondió molesto, casi
como un niño. ¡Si! Igual que los que compras en el supermercado.
¡Claro,
claro! Respondió irónico. ¡Anda ya! ¡Regresa a tu casa y no des la lata! No
puedo… Dijo acomodándose aún más en la poltrona. …me dejé las llaves en el otro
pantalón.
Momo.
Dije pacientemente. Eso que has hecho no es de personas maduras. Vete a casa
que seguramente estarán esperando que regreses mientras se ríen de ti… Pues que
se rían, me importa un pepino. Escucha Momo…
Un
día, un niño estaba con su abuelo a la orilla del mar y le preguntó:
Abuelo.
¿Qué es el atardecer? El abuelo se quedó viendo hacia el horizonte y le dijo.
Es el mismo amanecer del día un poco más viejo que se prepara para enfrentar la
noche. Tú eres como el amanecer. Dijo el abuelo. Yo en cambio soy como el
atardecer. Cuando llegue la noche podré mirarla a la cara y decirle que he
tenido un día hermoso, con muchas lecciones, aciertos y desaciertos, que no me
llevaré mudanza alguna a la cama más que mis afectos… solo agradecimiento y
tranquilidad, como esos colores que ves en el firmamento…
Si,
entiendo. Dijo el pequeño
Sí
entiendo. Repitió Momo. Abrió su bolso y sacó un pollo que había comprado en el
super y lo dejó en el mesón de la cocina. Recogió sus pertenencias y al salir
me mostró tintineando su llavero para luego decir. Yo quería esos pollos…
Elio
Montiel
Para
píldoras para dormir conmigo mismo
Agosto
2020
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En la Pared II. Elio Montiel. Ilustración Digital. 2019 |
Un
maestro chocolatero recibió el tan ansiado aviso de que había clasificado para
el “Gran Concurso de Repostería de la Nación” Su exquisito pastel de calabaza y
chocolate amargo había hecho las delicias del jurado seleccionador.
La
buena racha había comenzado. Pensó, y finalmente podría salir de aquella
panadería de quinta categoría en la que había tenido que trabajar al regresar
de la guerra, cosa que siempre lamentaba al recordar el lujo e importancia de
sus trabajos previos.
Decidió
entonces prepararse para el gran día del concurso nacional. Por las noches,
cuando llegaba de trabajar a su modesta residencia horneaba deliciosas mezclas
que inundaban hasta fatigar con su aroma el pequeño espacio donde vivía.
Al
regresar a su trabajo cada día, preparaba las simples pastas y masas comunes
que terminaban perdiéndose en el mostrador de pastelería de aquella humilde
panadería.
Cierto
día llegó a la pastelería un anciano acompañado de su nieto mayor, quien
insistía en salir de allí y buscar otro lugar más acogedor y oferta más
apetitosa, sin embargo, el anciano, le decía al nieto que todo estaría bien. “A
veces de los hornos viejos y humildes se extraen productos dignos de un Rey”.
Miró al tendero y pidió que le sirviera un pastel de los que estaban en el
exhibidor. Sin hacer oídos al reclamo de su nieto, el anciano partió a la mitad
la pieza de “pâtisserie” y probó un pedazo para luego sacarlo con desagrado de
su boca y dejarlo nuevamente en el plato. ¡Te lo dije abuelo! ¡Hemos debido ir
a otro lugar!
El
anciano llamó al tendero y pidió hablar con el pastelero, a pesar del
desacuerdo de su nieto.
A
los pocos minutos salió el chocolatero algo molesto por el incordio de su jefe
y se paró frente al anciano que lo miró compasivamente a los ojos y le dijo.
Este pastel es realmente miserable, triste, desolado. Sabe a dolor y
desesperanza, algo que no necesitamos en estos tiempos, sin embargo, en el
corazón de su masa laten los sueños. ¿Y sabe algo? A mi edad aprendí que los
sueños se comparten. Hoy después de muchos años he vuelto a ver a mi nieto.
Pensé que moriría sin verlo una vez más, pero los sueños son un regalo que se
hacen realidad cuando mas los necesitamos. ¡No pierda la esperanza! Eso se
refleja en sus acciones, en lo que damos y en lo que recibimos.
De
los ojos del chocolatero rodaron unas breves lágrimas que inundaron sus ojos.
Le pidió disculpas al anciano y de su delantal extrajo un trozo de su pastel de
calabaza y chocolate que había preparado la noche anterior para comer durante
la jornada.
El
anciano lo llevo a su boca y luego de saborearlo casi infinitamente exclamó.
¡Este está vivo!
No
hay mucho mas que contar de esta historia mi querido amigo, aparte de que el
Maestro Chocolatero finalmente ganó el concurso Nacional de Repostería con un
humilde pero extraordinario pastel de calabaza con chocolate. ¡Ah! Y que uno de
los jurados principales de aquel concurso era el joven nieto de aquel anciano
que conoció ese memorable día.
Que
descansen…
Elio
Montiel
Para
Píldoras para dormir conmigo mismo.
Agosto
2020
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Equo N°3. Ilustración digital. Elio Montiel 2020 |
Pasaron las horas, pero
nada, permaneció mudo durante la mañana, la tarde y finalmente llegó la noche y
esta vez podía decir que mi día había transcurrido insospechadamente tranquilo.
Me fui a la cama con
algunas cosas para revisar, entre las que encontré un texto que hacía días
quería corregir, en ese momento llegó a mi memoria la vez que una hermana me
sugirió escribir sobre “el oficio del escritor”.
Comencé por la
ortografía, no sé si es una singularidad mía, pero suelo escribir en tropel,
sin hacer caso de como van saliendo las palabras, a veces estoy escribiendo y
suelo hacer notas al margen (escribo primero en papel) que seguramente serán de
otra idea o escrito futuro, por eso de que creo que mi cerebro trabaja en
múltiples dimensiones… ¿o direcciones?
En fin, comencé con la
ortografía. Pasado un rato, ya había concluido esa parte por lo que seguí con
el segundo paso: Simplificación de frases, oraciones y economía del lenguaje
sin que lo escrito pierda el sentido que quiero darle.
El tercer paso: revisar
puntuación, no es que sea muy bueno en eso, pero lo que si está claro es que me
gusta hacerlo de forma que parezca que estoy hablando con quien me lee, que
sienta que estoy allí hablándole a la cara, con mis pausas e imprecisiones, mis
miradas esquivas o directas o como cuando digo las cosas en carretilla por un
camino empedrado.
Me detuve brevemente en
ese específico momento y tomé un respiro…
Al retomar mi análisis,
me di cuenta que se me olvidaba poner el punto sobre la “I”, literalmente
(recuerden que primero hago un manuscrito). Así que me dije: “Pongamos los
puntos sobre la Íes”.
En una segunda pasada,
revisé que no se repitiera en las “T” a las cuales se me olvida ponerles el
palito desde mi época de primaria, en eso, ni el Padre Fermín logró con su
cordón Franciscano hacerme corregir, por lo que decidí darme un regaño oficial
y remarqué con un creyón rojo tanto los puntos de la “I” como los palitos de la
“T”.
Al final de aquel regaño,
entre puntos y palitos me quedé observando detenidamente…
Aquellas marcas al “azar”
hicieron que estallara en una sonora carcajada que me dejó casi sin aliento.
Debí taparme la boca temiendo que mis vecinos escucharan tal escándalo. El mapa
de puntos y rayas me hizo la noche y me mando feliz a dormir con su mensaje
encubierto.
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Que descansen…
Elio Montiel
Para Píldoras para dormir
conmigo mismo
Agosto 2020