Cuán difícil es a veces
decirles a otros, que nacimos para ser felices. Pensamos que no somos
merecedores de la felicidad por el simple hecho de que creemos entenderla como
el logro de todas las cosas que nos ayudan a vivir mejor, más cómodos, estables
o exitosos, o sin problemas… es la gran mentira con la que fuimos criados y que
por costumbre, cultura o lo que sea que entendieron quienes nos amaban,
sembraron la absurda semilla de la propensión al fracaso y a la inminente
infelicidad.
Lo que he aprendido con
el tiempo es que creemos en que no puede existir lo absoluto cuando hablamos de
felicidad, el tema siempre ha estado vinculado desproporcionadamente a aquellas
cosas que hacen del placer el fin último de nuestra existencia y aunque si
puede haber un resquicio de “felicidad absoluta” ésta no tiene que ver con la
oferta diaria de ese mercado de la prosperidad al que no todos tenemos la oportunidad
de alcanzar y que desde luego, nos hace
muy infelices no hacerlo.
En mi itinerancia
laboral al regresar a mi país, luego de grandes éxitos en una empresa en la que
trabajaba, me encontré en una situación muy difícil en la que mis aspiraciones
eran borradas con la etiqueta de “No hay plazas”, “está sobre calificado” o que
simplemente no había forma de emplearme sin reducirme a la condición de un
simple obrero. Decidí cambiar de actitud y fijarme realmente en lo que
necesitaba para “resolver” mis
necesidades del momento. Ese golpe de timón, me permitió no sólo conseguir
empleo, sino en poco tiempo escalar posiciones muy rápidamente, hasta llegar a
una de las empresas más prestigiosas de servicios aéreos con la que de alguna
manera y grandes esfuerzos, pude visualizar una mejor situación. Pasado un
tiempo, debí entrevistar por razones de seguridad aérea, a un pasajero que
tenía, algunos puntos que le hacían sospechoso de alguna actividad ilícita.
Después de una conversación amable y escrutadora con el pasajero, pude
desenmascarar, no a un delincuente, sino a una persona cuya percepción de sí
mismo, lo había convertido en el objeto de una inseguridad extrema que lo llevó
a mentir para sentirse más cómodo consigo mismo… ¿o con el paradigma de lo que
debe ser una persona feliz?
En otra conversación
muchos años después, salió a relucir el tema de la felicidad, esta vez como el
comentario de un amigo que me decía al verme pasar por la calle donde vivimos;
que sentía envidia porque a su parecer, él creía en que yo era una persona
feliz. Para mis adentros decía “soy una persona feliz porque lo decidí. No
tengo grandes posesiones, ni dinero, pero tengo lo que me hace falta… Creo
realmente que la felicidad absoluta existe, cuando entendemos que esta no tiene
que ver con lo que poseemos, la belleza,
la profesión, el dinero. La vida no es como cuando entras a un restaurante y
pides un plato de ensalada de vegetales y le pides al mesero que por favor no
le pongan cebolla. A la vida no se le dice: ¡ah pero por favor me la sirven sin
la parte mala!
Lo que sí es la vida,
es un menú de elecciones. Sólo uno puede decidir ser feliz y eso tiene que ver
no con elegir los productos más baratos de la lista de menú, sino elegir
aquellos que realmente te hacen falta para alimentar tus sentimientos y
emociones, tu tranquilidad y amor propio, tu auto concepto y respeto, valores y
demás elementos que desencadenan o propician sin transitoriedad, tu felicidad.
Esta es la única forma
en que podamos sentir que si existe la felicidad absoluta. Basta como ejemplo
un perro al que hemos dejado atado a un poste durante todo el día, sin darle
alimento, ni agua. Su felicidad no puede ser estar atado al poste todo el día!
Su felicidad estará atada a que pongamos su agua y su comida al alcance o al
menos que le permitamos buscarla. El poste entonces se convierte en aquello que
nos impide ser felices y hasta conformistas (tener un auto, casa, comida,
diversión, sexo, etc.) y la posibilidad de buscarla e incluso tenerla cerca,
sería la felicidad.
¿Estamos destinados a
ser infelices? Por omisión,
rotundamente sí.
Omitir que todo es
transitorio y que jugarle los dados a
una felicidad que siempre estará en vilo o a una felicidad póstuma, es un grave
error. Sin embargo, creer que definitivamente podemos con la idea de que
aquello que permite conservar mi dignidad como persona, mantenerme en
equilibrio con las circunstancias que vivo día a día y sobre todo que como
individuo puedo dar golpes de timón que cambien la dirección de mi vida, eso
definitivamente si es la felicidad.
Recordar que la oferta
del mercado de la prosperidad tiene caducidad, es un buen indicador de nuestro
encuentro con la felicidad absoluta, es decir con el compromiso personal de ver
con claridad el horizonte que perseguimos, el camino que andamos para hacer de
la felicidad ese proceso sencillo de ser cada día más humano y que con el
tiempo las arrugas en nuestro rostro nos recuerden que son las marcas de lo que
reímos y no las cicatrices de lo que lloramos
Que descansen
Elio Montiel
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