Estuve hablando con un amigo
al que encontré muy ocupado en sus tareas. Me explicaba que ya era el cierre de
año para la empresa en la que trabajaba y aquello le producía una gran cantidad
de trabajo que lo mantenía prácticamente pegado a la silla de su escritorio. Le
miraba mientras ordenaba y ordenaba papeles, los registraba en su computadora,
archivaba y una vez más, ordenar, registrar, archivar. Se volteó hacia mí y
sonrió tímidamente, al tiempo que me preguntaba - ¿Qué ves? Le sonreí y dije:
Un montón de deseos dormidos, esperanza, sueños, ganas de dormir, también veo
los ojos de tus hijos y de tu mujer que también se distrae sacando cuentas…
Fotografía: Elio Montiel |
Todos cumplimos un ciclo
cada año, quizás por eso tenemos tan arraigado el concepto de “final” y de “reiniciar”
mucho más que el de continuar; contamos las calorías, la cantidad de amigos en
la red social, la estadística pareciera ser más importante que nuestras propias
vidas. Igual nos pasa los fines de semana. Contamos las horas que nos quedan,
las cosas que debemos hacer, las piezas que debemos lavar, la comida que
debemos hacer. También los años que nos faltan para el retiro, las cuotas del
seguro social, los días que faltan para nuestras vacaciones, y en las
vacaciones, los días que nos quedan para volver a trabajar y así también
contamos los cambios de carro, o lo que nos falta para comprarlo, si aquél
tiene más o tiene menos, las vueltas que dimos, para seguir contando las veces
que tuvimos que hacerlo, la primera y la última… “¡las veces que te lo he
dicho!… las veces que hemos dicho que “no lo volveré a hacer”. Si tuviéramos
que hacer un collar de cuentas, nuestro planeta no se daría a basto para
soportar collares tan largos.
Sin embargo, no contamos las
personas que dejamos de visitar, los besos y abrazos que nos faltó dar al amigo
o amiga, al hermano o hermana, e incluso a aquel que nos sorprendió asistiendo
a celebrar el cumpleaños que contábamos ya mayorcitos, las sonrisas… los éxitos,
la gran victoria de levantarnos cada día para asistir a nuestra cita con la
vida. ¡No!... sólo nos levantamos para ir al trabajo, ¡no hay nada victorioso
en eso! No contamos tampoco la gente que
nos contacta durante el día, ni las veces que nos dicen ¡Buenos días! Si contáramos
la frecuencia con la que la gente dice ¡Buenos días! nos daríamos cuenta de que
hemos perdido grandes cosas, cada vez son menos los saludos, los afectos y el
deseo de compartir el silencio, el amor, la gracia infinita de saber que hay
gente a nuestro alrededor llena de cosas para dar.
Quiero contar ahora los días
que faltan para que termine este año, lleno de grandes satisfacciones y sueños
realizados, de decisiones, de derrotas y victorias, pero quiero contarlos
viendo a través de los ojos de todos esos grandes seres que han pasado por mi
vida, dejando una huella imborrable de afecto, hermandad, comprensión, lealtad,
paciencia, tolerancia, agradecimiento, belleza, alegría, esperanza. A todos
aquellos que en algún momento leyeron también en mis ojos, que a pesar de las
distancias, también me han contado en sus vidas…
A todos Ustedes, quiero decirles que los cuento en mi corazón.
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