Soy un apasionado de reciclar
objetos, cosas que encuentro en la calle, que me obsequian los amigos que saben
mi pasión por recrear sobre lo creado. Una silla, una botella, una tabla o
simplemente una revista con muchos colores, se convierte en todo un proyecto
que me reta a reinventar, investigar, aprender, pero sobre todo porque para mí
guarda un significado muy especial el hecho de reciclar o como suelo decir:
dignificar objetos que han sido apartados por no ser de “utilidad” para otros.
Fotografía: Elio Montiel |
Muy en lo profundo siento que
esos objetos abandonados a su suerte se convierten en verdaderos maestros y a
la vez en el síntoma de lo que sucede en nuestra sociedad ¡Dejamos abandonado
aquello que un día nos brindó satisfacciones, emociones, estatus! ¡Aquello que
armonizó con nuestras vidas en su momento, pero que finalmente ya no nos
servía! Para mi es obvio, quizás no para otros, que esa misma actitud se
desliza caprichosa hacia otros contextos de nuestra vida.
En fin esta historia debió comenzar
con… En una de mis caminatas encontré abandonadas para la recolección nocturna
del aseo urbano, algunas pequeñas puertas de diferente tamaño (supuse que de un
mueble de cocina). Recuerdo que tratando de parecer cuerdo, las lleve de
regreso a casa, como quien lleva a un perrito callejero perdido. En el camino
¡ya sabía lo que quería hacer con ellas! Convertirlas en dos mesas de apoyo que
nunca están de más. Mi mente trabajaba a millones de revoluciones por segundo,
no tendría que trabajar mucho, estaban en perfectas condiciones, muy bien
construidas en madera de cedro y con recuadros acristalados con vidrios de
color humo, además se veía que habían sido recientemente pintadas a pistola en
acrílico blanco, los vidrios aun tenían la cinta de enmascarar que servía de
protección para que no fueran manchados durante la aplicación de la pintura.
Decidí retirar la pintura y dejar la madera al descubierto, lo que imprimiría
mayor belleza a mi proyecto. ¡Mis mesas
ya comenzaban a tener forma.
Lo cierto es que dejé un poco de
lado y las dos puertas.-mesas quedaron arrinconadas en un lugar de la cocina y
donde paulatinamente bajo mi mirada vigilante y atenta a no dejar las cosas
así, comenzaron a sufrir una metamorfosis que las iba haciendo parecer
ventanas. Al poco tiempo comenzaba a fastidiarme ver las puertas-mesas (y ahora
ventanas) que quedaban nuevamente rezagadas de manera indolente. Me urgía
resolver su situación a la brevedad posible.
En víspera de una reunión en casa
tomé la decisión de hacer algo que continuara el proceso de dignificación de
mis puertas-mesas-ventanas. Resolví colocarlas en la pared vacía de la cocina,
coloqué unos pequeños tornillos sujetando un colgante por la parte posterior de
cada una y las colgué allí como si estuvieran para abrirse a un paisaje
desconocido… dos ventanas con vista a ninguna parte.
Si, no voy a negar que puede
sonar como una locura, pero al final aquellas puertas-mesas-ventanas me
recuerdan dos ideas fundamentales con las cuales trato de dormir todos los
días: Que podemos dignificar nuestras vidas como a todo lo que nos rodea,
simplemente decidiendo ver más allá de las dificultades y los obstáculos y que
es nuestra opción colocar ventanas hacia la esperanza.
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