Cuando escribo en mi blog suelo
hacerlo con la idea de apoyar a quienes me leen, alentándolos con simples
palabras e historias que como mínimo les extraiga una sonrisa, respiren
profundo y se den una nueva oportunidad de continuar.
Fotografía: Elio Montiel |
Últimamente, no deseaba escribir
porque sentía que no era capaz de dar aliento, sin dejar entrever mi afectación
por la realidad de mi país. Vivo en el más hermoso de los países del mundo…
como me enseñaron en la escuela: Al norte de la América del Sur bañado por las
aguas del Mar Caribe. Un país cuyo principal tesoro, era su gente, su
maravillosa gente. De un tiempo para acá digamos unas dos generaciones, he
contemplado con tristeza como la división se ha vuelto una práctica constante,
la desunión ha llegada hasta los hogares borrando de los corazones,
valores que sólo se aprenden allí, en el
hogar.
En estos días conversaba con un
amigo al que le preocupaba la impunidad con la cual se estaban tratando graves
situaciones que afectan la sociedad de mi país. De manera inmediata le respondí
que lo más triste era que en los últimos tiempos, esa misma impunidad estaba
siendo colocada en los corazones de las nuevas generaciones dentro de sus
propios hogares, donde se supone se deben alimentar con valores las mentes jóvenes…
las generaciones de retorno.
Podríamos responsabilizar a
muchos factores y discutir durante largas horas sobre eso, sin embargo, lo que
es cierto es que le hemos dado acogida a los antivalores dentro del núcleo
familiar. Hoy no enseñamos sobre perseverancia, sino que se discute sobre a importancia de
facilitar todo a quienes “amamos” porque no deseamos “que vivan las dificultades que hemos vivido”
No enseñamos sobre responsabilidad, sino por el contrario discutimos la gestión
del maestro y no sólo eso, lo hacemos delante de nuestros hijos desvalorizando
la importancia del docente y le damos el poder del irrespeto. Desde allí
arranca la cadena de manifestaciones que cada día vemos con sorpresa, pasa por
el ejercicio de la ciudadanía, y termina en el eslabón del irrespeto por la
vida. Es duro ver como promovemos una tolerancia acomodadiza, sólo adaptada a
nuestras necesidades, no a las del colectivo del que formamos parte. Enseñamos
sobre el odio, la irresponsabilidad,
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